Algo se ha perdido irremediablemente en nuestras tradiciones. A la larga lista donde aparece la botella de leche de vidrio, el teléfono público negro, los fósforos de cera y los adoquines de madera, hace poco más de una década se agregó el boleto de colectivo.
Y no por haber desaparecido, sino más bien por haber sido reemplazado por esos asépticos papelitos que se borran en poco tiempo y donde la búsqueda del capicúa es casi imposible.
Más allá de toda consideración, la frase del título está incorporada a la cotidianeidad porteña. Puede cambiar la cifra y el tipo de boleto, pero el resto sigue igual. Este trabajo pretende acercar al lector una pequeña historia del boleto en nuestro medio, y las características de algunos personajes vinculados al mentado papelito, desde el tranvía a caballo hasta el ómnibus actual.
Se omite con total premeditación al boleto ferroviario, por dos razones:
Primero, porque hay especialistas que están en mejores condiciones que nosotros para contar su historia; segundo, porque se duplicaría la extensión de esta nota. No obstante, agregamos a la lista de pérdidas al boleto tipo Edmondson, aquel tradicional cartoncito, también fugado por las vías del progreso.
El boleto no ferroviario más antiguo del que tenemos noticias pertenece a La Bella Ensenadera, servicio de galera entre Ensenada y Buenos Aires. La fecha de expedición es el 12 de agosto de 1867; figuran además el importe y los datos de la pasajera. Fuente