Si usted busca golosinas en localidades como Buenos Aires solo deberá deambular unas pocas cuadras en cualquier sentido que seguramente encontrará un kiosko abierto.
Es el más común de los emprendimientos familiares y requiere de un mínimo de 18 horas de atención para ser mínimamente rentable. Tal vez por ello muchos son adaptados en alguna casa del propio techo que al menos tenga acceso directo desde la vía.
Hoy cuando usted se detiene a elegir algo que comprar resulta impresionante el colorido y la riqueza de artículos ofertados. Dulces, caramelos y alfajores para los niños; pitillos y frituras saladas para los hombres; barras de granos, yogourt, chocolates, caramelos , alfajores, bebidas, frituras saladas y cigarrillos para las compañeras.
Todo al alcance de la mano y a importes mayormente pautados como fijos por el fabricante. Pero a inicios del siglo Xx la cosa era altamente diferente y por qué no decirlo, acaso más sana, atrayente y natural.
Los bombones y chicles se compraban en las mercadas o farmacias, los productos en base a féculas mediante mercados o vendedores itinerantes y las aguas carbonatadas en las panaderías.
Si pensamos que el apetito potencia el disfrute, es creíble que aquello tan difícil de conseguir por aquellos periodos proveyera una satisfacción mayor a quien lograba tener acceso a ellos y darse el gusto.