Tras recibir atentados de bala por parte de la Triple A, en 1974 se exilió en Venezuela. La Dictadura prohibió sus álbumes, y en 1978, en su regreso al estado, sufrió otro atentado. Crónica de un sobreviviente, un espadachín Cuando en 2008 el Festival de Cosquín quiso premiar a Horacio Guarany, el cantante lo relativizó.
«El único lauro que vale es el que me hace el pueblo, llenando plazas, clubes, auditorios, durante 58 años. Yo odio los homenajes», sentenció. No es para menos: ¿qué valor tienen las instituciones que, dependiendo del viento, levantan o bajan las enseñas de tal o cual artista?
Porque este cantautor argentino -para muchos el más grande folclorista de la historia– tiene un largo anecdotario de acosas, exilio y calamidades; y siempre actuó con una coherencia al respecto. En los 60 fue encontrando los frutos de tanto ajetreo en los bares más bohemios de Buenos Aires, y fue pionero en Cosquín, en 1961.
Pero la década subsiguiente la situación se tornó difícil. Ya con un puñado importante de trovas populares, un par de películas y un lustre dentro del género del folclore, Guarany sufrió, primero, alertas de muerte, y luego ataques con bombas. Corría 1974, y la Triple A (la Alianza Anticomunista Argentina, el grupo parapolicial al mando de José López Rega) quería muerto a Guarany.
Y al cantante le llegó el anuncio de que debía abandonar el país en 48 horas. Entonces llegó el primer destierro: la dirección con permanencias fue Venezuela-méxico-españa. El tercer gobierno peronista era una maquinaria de lapidar rivales de izquierda.
Cuando el Ministerio de Defensa Agustín Rossi, en 2013, develó las listas negras de la dictadura cívico-militar, el nombre de Horacio Guarany figuraba allá. En los primeros años del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, con Jorge Rafael Videla a la cabeza, sus tonadas fueron ilegales.
«La guerrillera», por ejemplo, canta «poncho abierto sobre el alba, la guerrillera viene abriendo los caminos», y esa figura, tan llena de esperanza y ferocidad, era una cachetada a las megalomanías de orden militar