Hay que reconocer en la revista Pelo a un bastión fundamental de la cultura rock a lo largo de todo el país y al alcance de cualquier bolsillo. Esta publicación, originariamente ideada por Daniel Ripoll en 1970, supo ver aquella energía emanada de cientos de jóvenes que, movidos originariamente por los Beatles, comenzaron a perseguir los discos de Los Gatos o Almendra. Toda una generación empezaba a volcarse de forma gradual hacia el incipiente rock argentino y la revista Pelo fue una fuente de información de “primera mano” entre los músicos y sus seguidores.
Además, el nombre «Pelo» no es un nombre más. El “pelo” de los jóvenes era lo que los definía, los comprometía y, de alguna manera, los condenaba. Por aquellos años de dictadura de Onganía, las razzias caían en todos los recitales de rock. Irrumpían enérgicamente en medio del recital y obligaban a encender las luces del local. La gente era ordenada en filas y aquellos que portaran “cara de expediente” eran subidos a los colectivos utilizados para acarrear pelilargos. El destino eran las comisarías, donde muy “gentilmente” los oficiales, munidos de tijeras, les cortaban los mechones para luego barrerlos a un rincón. Ese fue el destino del pelo de Tanguito o del negro Alejandro Medina de Manal, entre otros. También el escarnio surgía espontáneamente en transeúntes, camioneros u obreros de la construcción que gritaban “maricón” o “mujercita” a los pelilargos que caminaban por la vereda. El bulling, tan de moda por estos días, escribió un capitulo de su historia por aquellos años sesentas.
En definitiva, ponerle Pelo a una revista de rock fue una genialidad. Un símbolo que aunque hoy resulte inofensivo y frívolo, hace 40 años determinaba tu destino.